A ciencia cierta, las ideas románticas, jurídicas y éticas de la infancia no han impedido que en el mundo contemporáneo los Niños, Niñas y Adolescentes (NNA) vivan en carne propia las reverberaciones y los roles de la violencia política. En el siglo XX —el denominado siglo del niño (Key, 2021)— los Estados europeos utilizaron el servicio militar para disciplinar a adolescentes y jóvenes “en los valores patrióticos, militares y en la obediencia al orden y a la autoridad” (Casanova, 2020, p. 37); tanto en la I guerra mundial como en la II, los NNA fueron reclutados para el combate (Alexiévich, 2016; Winterberg y Winterberg, 2015) y por disímiles razones además se les mató, desplazó, asesinó, violó, masacró, etc. Por ejemplo, la solución final ideada por los Nazis cobró la vida de 1.100.000 NNA judíos en los campos de concentración (Sierra, 2009, p. 28), y el franquismo durante la guerra civil española y a su término, fusiló a cientos de NNA acusados de ser “rojos”, que hoy todavía reposan perdidos en cunetas y fosas comunes a espera de ser exhumados (Comes y Centeno, 2011).
En efecto, las ideas modernas sobre los NNA han sido insuficientes para protegerlos de la guerra, los totalitarismos, las dictaduras militares y de cualquier forma de violencia política. Más que nada porque las interpretaciones que hacemos de los NNA son diacrónicas, hechos socialmente producidos, adecuados y dependientes de los contextos sociales en un momento puntal de la historia. De tal modo, la confrontación política y sus implicaciones llegan a ellos por una transformación social de los sentidos comunes que auspician que los NNA son vulnerables, débiles, lo más importante, sagrados, incapaces, inmaduros, etc., pues, si se les mata, elimina o violenta en la guerra, es precisamente porque tales representaciones cambian o se explotan en correspondencia a los requerimientos de un actor, organización, o del Estado: Seguir Leyendo...
Por lo menos desde la edad media, las guerras han llevado a cabo una mutación social y cultural del concepto de la infancia en el mundo de los adultos. La tradicional y equivocada representación de incapacidad, de sujetos propios de lo inacabado, e incluso, el sinónimo de la inocencia y la versión más contemporánea que entiende a los niños como sujetos de derechos, pierden peso y se revalúan por completo cuando están de por medio las armas y las planeaciones guerreras. De ahí que se les desaparezca, al concebírseles como peligrosos, en semejanza a lo acaecido en Perú o en Centroamérica, o se les reclute para el incremento demográfico de una organización armada por efectos de su valoración positiva para el riesgo, como sucede en nuestro país, por acción de las guerrillas y el paramilitarismo (Bácares, 2014, p. 17).
Lo acaecido en La Violencia encaja en lo planteado. Su funcionamiento generó formas específicas de ser NNA que sin los actores nacionales y locales que la implementaron y auspiciaron no hubiesen existido. Infancias, por cierto, atadas a racionalidades instrumentales y a concepciones militares, sociales y culturales que facilitaron su aparición. Posiblemente, la más común y evidente fue la forzada a desplazarse. La zozobra colectiva, el clima de terror instalado, el ser minoría en un pueblo, y las amenazas, atentados y asesinatos resultaron decisivos para emprender la huida junto a la familia (Figura 1, 2, y 3). Hubo momentos puntuales o demasiado álgidos en muertos y persecuciones donde estas infancias afloraron. NNA, antes habitantes de un lugar, pasaron a ser sujetos errantes, a salvar la vida temporal o permanentemente en otra provincia o municipio (Jara Gómez, 2017). Un caso sobresaliente de ello proviene de las coerciones y homicidios que grupos armados en confabulación con la policía conservadora desataron durante 1947 y parte de 1948 en Norte de Santander. Solo en Cucutilla entre el 29 de abril y el 14 de diciembre de 1947 hubo un “balance de 25 ataques homicidas, donde sin ninguna consideración de género y edad, caen asesinadas, víctimas de estos criminales, ancianos, mujeres y niños” (Márquez Estrada, 2021, p. 447). Arboledas y Chinácota, fueron los otros municipios donde La Violencia se concentró y que a su turno provocó —en un famoso caso de la época— desbandadas de familias desplazadas, cargadas de NNA, que buscaron refugio y protección saliendo del país rumbo a Las Delicias, Venezuela (Figura 4, 5, 6 y 7).
Vale subrayar que, La Violencia fue ajena a discernir totalmente quién era NNA de quién era adulto para separarlos de su alcance. En la contienda, lo etario como clásico elemento divisorio de esos dos mundos fue desestimado, inclusive si se era un recién nacido. Hay muchas razones y variables en juego. Habría que tomar en cuenta por lo menos cuatro: la conciencia de que matar a los NNA era rentable en términos de conmoción social o para elaborar un mensaje tanático, debido al entendimiento de los NNA en algunos lugares como sacros e indefensos (Bácares, 2021); la idea de erradicar de raíz al contrario, de negar hasta el nacimiento —“no dejar ni la semilla” (Guzmán Campos, Fals Borda y Umaña Luna, 2014, p. 248)—; la comprensión campesina de la infancia, en la que un NNA de 14 años ya podía pensarse como un adulto (Sánchez y Meertens, 1992, p.118). Por último, hay una explicación práctica: eliminar a los NNA o volverlos objetivos militares suponía autoprotegerse de una manera anticipada, “ya que dejar algún miembro de la familia vivo era exponerse a que éste, con el tiempo, se encargara de vengar a los suyos” (Uribe Alarcón, 2004, p.37).
A simple vista, las muertes de los NNA simulan ser colaterales o accidentales, producto de “choques de carácter político” (Figura. 8). Pero, la formulación de una infancia eliminable o desechable a los ojos del contrario, esconde mecanismos precisos y premeditados de producción: atentados familiares y disparos a mansalva (Figura 9 y 10); incursiones armadas a las casas donde ni siquiera un NNA queda vivo (Figura 11); ataques y cercos a los domicilios donde duermen recurriendo a dinamita, fuego, piedras, disparos, etc. (Figura 12, 13, 14 y 15); asesinatos en retenes (Figura 16), y agresiones furtivas e imprevistas con armas blancas y de fuego (Figura 17). Los bebés también hacen parte de esta infancia arrasada (Figura 9, 12, 18, 19) tal como las niñas (Figura 9 y 10). Igualmente, en Bogotá emergió esta infancia asesinada o eliminada. Pese a que “comúnmente se considera La Violencia como un proceso rural socio-político. Esta es una apreciación cierta, aunque parcial” (Oquist, 1978, p. 75). Por los relatos del Bogotazo sabemos que en la intentona del asalto al palacio presidencial murieron mujeres con NNA en brazos y que la gente enterró, “sobre todo a los niños, en fosa común y fosas individuales” (Alape, 2004, p.558). Una nota del 31 de diciembre de 1948 publicada en El Tiempo resume el saldo en un posible subregistro: 7 “niñitos” y 8 “niñitas” muertos (Figura 20).
Otras infancias suscitadas por La Violencia son aquellas que terminaron heridas tras un atentado, es decir, las que la conocieron en primera persona y sobrevivieron a su paso; y en un agregado, una muy similar, la de los NNA testigos de los rumores, el miedo, y los hechos ejemplarizantes en contra de ellos, de sus parientes o de sus conocidos (Uribe Alarcón, 2015). Los NNA veían, escuchaban, se enteraban de los acontecimientos, tomaban decisiones en medio de ellos, recibían ordenes, comprendiendo o no lo sucedido, y quizás se autodefinían de alguna manera como miembros de una comunidad política: “Nosotros éramos conservadores desde niños porque toda la vereda era conservadora” (Cárdenas Palermo, 2018, p. 205) [...] “Toda la familia de nosotros era liberal y los que iban naciendo pues también liberales” (Pachón, 2016, p.9). Aquí, se repite el postulado construccionista propuesto; estas infancias derivaron de una serie de modalidades y actores que tramitaron esa configuración individual y social: verbigracia, de que la policía conservadora ingresara a los hogares y golpeara y torturara a los NNA (Figura 21) —“condujeron a un niño de ocho años hasta una quebrada cercana y allí colocaron sobre el pecho del menor, la boca de un fusil para que les dijese en dónde se encontraba su padre” (Figura 22)—; de la continuada fórmula de las arremetidas con dinamita, piedras y disparos a las casas de los dirigentes locales o a su uso para solucionar disputas políticas en las calles (Figura 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29); del abaleo de la policía conservadora contra los liberales en los pueblos (Figura 30, 31); y del asesinato y las golpizas propinadas por los liberales a los conservadores (Figura 32, 33). Por la procedencia de todas estas notas de prensa que enuncian a las infancias en mención, pareciera de nuevo que La Violencia fue un acontecimiento enteramente provincial. No obstante, en las ciudades capitales los atentados y las persecuciones bipartidistas fueron más que excepcionales, afectando con su rastro a los NNA. En Medellín, como lo recuerda una noticia fechada el 4 de noviembre de 1949 en El Tiempo, tanto en el sector del centro como en de la América “fueron dinamitadas las casas de tres distinguidos ciudadanos liberales. Ancianos, mujeres y niños se refugiaron en el interior de aquellas casas semidestruidas […] En plena carrera Villa, un poco arriba de la Universidad de Antioquia, las familias liberales fueron obligadas a abandonar sus hogares” (Figura 34).
Por supuesto, entre muchas más infancias organizadas por La Violencia —niñas violadas, NNA masacrados, NNA enrolados a grupos de resistencia armada, otros al bandolerismo y a los Pájaros, etc.—, la infancia obligada a la orfandad es importante para pensar los tránsitos de muchas personas hacia el conflicto armado que siguió, y hasta para entender la dinámica de la contrarreforma que se dio con la tierra de los liberales en el Viejo Caldas y en el Valle. Según Romero Prieto y Meisel Roca (2019) en ese período “dependiendo de los supuestos y la duración, una de cada ocho o una de cada 10 muertes violentas correspondería al sexo femenino” (p. 16). En efecto, los intérpretes de La Violencia, por lo regular, asesinaban al hombre para debilitar a su núcleo familiar y al partidario: “Fue abatido de una manera cobarde y despiadada en presencia de un hijito de pocos años de edad” (Figura 35); “La esposa de la víctima, madre de cuatro pequeñas criaturas, presentó el denuncio del caso” (Figura 36). Ocasionalmente, una porción de esos NNA testigos y huérfanos, por decirlo de algún modo, hijos de La Violencia, derivaron en bandoleros —caso Desquite (Sánchez y Meertens, 1992, p. 121)— o en guerrilleros —como Jorge Briceño (Molano, 1999b)—. Por lo demás, dentro de esta operación sociológica aparece una suma de más bifurcaciones. Matar al padre traía consigo una presión sobre la viuda y sus hijos para quitarles la tierra —cuando la había—como ocurrió a lo largo de la década del cincuenta. Así, muchos NNA pasaron a ser huérfanos, y en ese trasegar, infancias desprovistas de la propiedad que era de sus padres por los ecos de La Violencia:
Cartago
Denuncia de Venta Forzada
Por menores de edad
Señor Comicion de Biolencia (sic)
Nosotros todos menores uerfanos (sic) de mandre asemos (sic) constar que por motivo de violencia mi madre fue obligada a que firmara una escritura no abiendo (sic) venta de ninguna especie (sic) ni negosiasion (sic) de ninguna clse asi pues rogamos nos tengan en cuenta para en la mallor (sic) necesidad (sic) nos tengan en cuenta desde ahora asta (sic) que tengamos edad.
Para constancia firmamos en Cartago
a los 16 día de julio de 1958
Ober Arce, Leonel Arce, Linfania Arce,
Alba Arce, Esequiel Arce, Otoniel Arce (Valencia Gutiérrez, 2021, p. 246).
A todas estas, falta por mencionar la relación de La Violencia con una de las infancias más clásicas de la modernidad: la escolar. En algún grado, a la vez sufrió alteraciones directas e indirectas por el enfrentamiento bipartidista. Como bien se sabe, una de las grandes disyuntivas que entretejió la rivalidad entre los gobiernos liberales y los conservadores fue la de anular o apoyar la influencia católica en la política pública educativa (Tirado Mejía, 2019). Dicha tensión es evidente en los pequeños titulares conservadores que denunciaron la eliminación de las partidas públicas para los colegios de congregaciones religiosas en los pueblos todavía controlados por los liberales (Figura 37); o en la arremetida y estigmatización de los maestros ajenos al gobierno de Mariano Ospina Pérez, a quienes se acusó y a veces apartó de sus cargos por participar activamente en política (Figura 38 y 39), por ser docentes “politiqueros, gaitanistas, indeseables” (Figura 40) o debido a que, en un supuesto, dictaban sus cátedras con sesgo político y con el apoyo de autores contrarios al imaginario conservador (Figura 41). A propósito, esto iba en contra de lo decretado por el Ministerio de Educación en 1948: la prioridad de la enseñanza de la historia patria bajo la batuta de “profesores escogidos cuidadosamente [y haciendo uso de] textos autorizados” (Reyes, 2021, p. 101). Por otro lado, las incursiones violentas a los planteles educativos y la negativa a educar a los hijos e hijas del liberalismo son los hallazgos con los que cerramos esta historia. El Tiempo, el 5 de marzo de 1948 declaró que: “el grupo de sujetos que está dedicado a injuriar al liberalismo y a la sociedad en general, arremetió contra el Colegio de Boyacá” (Figura 42); y en la única noticia que traemos a colación de La Jornada en esta exposición virtual, queda de manifiesto como La Violencia intervino y segregó a la niñez escolar: “Las niñas hijas de los liberales deben abandonar inmediatamente el plantel. Dijo en Piedecuesta, la superiora de un colegio” (Figura 43).
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